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Cabría preguntarse sobre la indeterminación del 'érase una vez', su afán, anhelo, voluntad de situarnos lejos y su carácter inconcluso, inacabado, incompleto. En boca del historiador, ¿acaso no es esta una artimaña para recordar, rememorar, evocar que solo a través de los huecos de las historias, deliberadamente construidos, se pueden crear, inventar, ingeniar otras nuevas? El inicio, comienzo, origen impreciso de cualquier narración desplaza siempre un límite, un margen, un tope y abre la posibilidad de encontrar de nuevo, otra vez, una vez más. La sensatez del coleccionista proviene particularmente de este hecho: que en cada uno de sus objetos las Historias, los cuentos, los relatos son menos importantes que los encuentros; y allí donde el coleccionista muestra su colección se agolpan todos esos huecos que hacen de la historia incompleta, inconclusa, inacabada, un bonito descubrimiento, hallazgo, revelación.
La empresa del tesauro es, sin embargo, mucho más humilde. Consciente del círculo en el que el propio lenguaje está encerrado, no pretende abarcarlo, comprenderlo o englobarlo sino que se conforma con la fricción entre las palabras - su polisemia, homonimia, antinomia, sinonimia - esperando, quizá, que uno de esos roces abra finalmente una grieta.
Hace poco escuché que el istmo de las fauces es la última puerta de la parte posterior de la boca por donde, lo que haya de entrar, caiga al vacío. En su antesala, la boca, se produce el écfrasis; ponemos en fricción el pensamiento que acontece dentro y el lenguaje que lo nombra.
Todas las historias comienzan con un carraspeo, esa tosecilla inducida para despejar la garganta y que la voz salga clara, inteligible, haciendo de ese hueco algo aún más negro. El orador consigue ganar tiempo en este instante; el tiempo suficiente para encontrar la frase que abre el relato y acomodar todos los órganos necesarios para expresarla.
Coleccionar es recordar mediante la praxis. Pero el coleccionista del que hablamos profana todas las historias, ya que sus objetos no contienen recuerdos objetivos y específicos sino que estos se construyen e interpretan continuamente. Contar la historia y contar historias son dos operaciones ficcionales pero trabajan en direcciones opuestas. Mientras que la primera busca la concreción a través del lenguaje útil, la segunda usa el lenguaje con el fin de excederlo, de saturar su función.
Es por ello importante hablar aquí de la noción de escala: no se trata, como diría Benjamin, de que para el coleccionista el mundo está presente en cada uno de sus objetos, sino que es el propio mundo el que se amplía en cada uno de ellos; no solo en virtud de todas las historias posibles y presentes, sino también respecto a la capacidad para pensar a una escala superior a nuestro tiempo y nuestro espacio, a partir del más pequeño de los fragmentos.
El recuerdo, la invención y el presente se encuentran, se varían, se cuentan. Es posible que la magia tenga algo que ver con todo esto.
- ¡Oh, Buen Astrónomo, Fuiste Grande, Kepler, Maestro!
O quizá tengamos que llamarle imaginación; defender la voluntad de cuestionar los límites de un lenguaje normalizado y embaucador:
- ¿Por qué elipses, habiendo círculos perfectos? - se preguntaba Kepler angustiado. ¿Cómo había podido Dios construir órbitas sin basarse en la inapelable armonía de la esfera?¿En qué difería su lenguaje del de Dios?
Correspondencia entre Belén Zahera y Cristina Mejías.
Para leer la publicación completa: Tesauro